lunes, 3 de agosto de 2009

DEMONIOS DESMONOPOLIZADORES




Revisando las cuentas nacionales en el INEGI para dimensionar la caída y poder establecer la base de la cual vamos a partir para regresar a la “senda del crecimiento”  o como le suelen llamar también, averiguar donde fue que se” tocó fondo” uno debe buscar la simplificación; de los contrario, los números lo dejan a uno en parálisis mental. Hablar de billones de pesos no ayuda a nadie cuando incluso cuesta trabajo imaginar el primer millón. No por nada los informes presidenciales adquirieron la fama de ser el instante más denso de la vida republicana del país: Toda la clase política mexicana reunida bajo el mismo techo en trance durante largas arias presidenciales buscando la nota más alta, el número más detallado e inservible. Le ruego al lector que repita en voz baja esta oración: “Se ejercieron cuatro mil setecientos noventa y cuatro mil millones trescientos veinte y dos mil pesos con noventa y seis centavos…”  ¿Para qué engalanarse y asistir al augusto recinto si este iba a ser convertido en dormitorio? ¿Por qué no mejor ir en bata y pantuflas para hacerse ovillo en la curul frente a la expectativa de un arrullo monótono? Todo esto cambió, claro, cuando comenzaron las interpelaciones (Gracias, Porfirio) y se puso incluso más divertido cuando futuros presidentes se comenzaron a disfrazar de presidentes (Gracias, Vicente). Los de la banda tricolor finalmente entendieron que era mejor elaborar un mensaje a la nación compacto y de oratoria encendida (López Portillo) y finalmente la cámara -como fuere que haya sido- decidió que la presidencia no merecía ensayar sus dotes oratorias y que mejor el ejecutivo dejara el tambache en el buzón con su correspondiente acuse de recibo.




Entonces el reto es simplificar e irnos a números redondos que todos podamos entender. Si perdemos algo de detalle en el camino por ello, luego enmendamos evitemos el síndrome de informe presidencial a toda costa:
Juan Pérez, mexicano promedio aportaba $195 pesos diarios a la riqueza nacional en el 2003 y este mismo Juan Pérez aporta $200 pesos diarios al día de hoy. Digamos que nuestro amigo Juan está hoy en el mismo sitio que estaba hace 6 años. Este mítico Juan, con su pareja y sus dos hijos genera 800 pesos diarios de riqueza. Nada mal la cuenta, el hogar promedio genera $24,000 pesos mensuales de riqueza. Ahora paciente lector has un recuento de tu experiencia cotidiana y pregúntate cuantas familias mexicanas cumplen con ese promedio de ingresos. “Piensa mal y atinarás” dice el refrán: no más del 15% de la población.  El 85% restante vive con menos de eso… Los de mero abajo con una décima parte. Todo esto para decir algo sobradamente conocido. La riqueza en este país está mal distribuida. Muy mal distribuida.




El modelo empleado desde hace treinta años está predicado moralmente en la concentración de la riqueza con la promesa implícita de que esa concentración de riqueza  aceleraría la velocidad de crecimiento económico muy por encima de la velocidad de crecimiento de la población y que se daría una derrama inevitable a los sectores bajos de la población, o sea al 80% que vive cerca de la pobreza, en pobreza o en miseria. El modelo fracasó. estrepitosamente.  Cuando crecimos, los monopolios aumentaron el tamaño de sus cubetas contenedoras de moneda y fueron en extremo celosas de que no se derramara nada para abajo… no llovió, ni siquiera llovizno en la milpa.




Fue un mal sueño, La riqueza quedó en pocas manos y esas pocas manos se dedicaron a inventar deportes financieros improductivos para el país, empresarios mexicanos a los que se les otorgó monopolios imperiales rescatando empresas… extranjeras. Flujos de dinero faraónicos desviados a generar imperios en el exterior. Empresas apostando en el palenque monetario cantidades tres veces superiores a su capital contable (en donde, por supuesto, nada tienen que hacer: Por grandes que se vean, parecen sardinas cuando se meten al estanque de los tiburones transnacionales).  No vamos a hacer una reseña de lo que está pasando pues todos los titulares nos regalan con imágenes de un desastre. Pero si comenzaremos a hacer un esbozo de la medicina mínima que nos tenemos que recetar para construir un nuevo país.




El gobierno mexicano confunde a diario dos términos: “gobernabilidad” y “control”. La inevitable tendencia y aspiración del ejecutivo es centralizar la totalidad de la toma de decisiones y canalizar la suma de todas las peticiones a través de su oficina. Fue espectacular su éxito durante la desnacionalización bancaria y la privatización de telecomunicaciones cuando en ese despacho en los pinos un solo personaje, él solito, su conciencia …¿Conciencia? Y unos cuantos compadres, decidieron quienes iban a ser los nuevos capitanes y amos de las industrias claves del país. Igual de espectacular fue su bancarrota y aun más impresionante la quiebra generacional en donde el gobierno, a cuenta de todos asumió las pérdidas como propias. Un mega-fraude en donde todo el peso de la ley cayó sobre los inocentes, los que nada temían ni debían pero que hoy en día siguen pagando el plato roto de los que todo deben y nada temen,  en la más celestial impunidad.




La fórmula es sencilla: desmonopolicemos. La fórmula es magnífica e incluso aplaudida por economistas de todos los espectros: las macro-empresas agrupadas en oligopolios o en carteles significan una pesada e insostenible carga para el país. Esto es un hecho demostrado en el salvamento gubernamental de CEMEX y Comercial Mexicana.  Hagámoslos añicos y permitamos que los capitales regionales asuman riesgos y competencia en todas y cada una de las entidades federativas del país. Donde ahora tenemos dos monopolios televisivos generemos cincuenta empresas regionales. Donde ahora tenemos una sola distribuidora de gasolinas generemos cien, donde ahora tenemos 5 empresas de telecomunicaciones desagreguemos el capital y pongamos las condiciones para que jueguen cincuenta.





El problema de los actuales empresarios en la punta de la sede imperial en México es que se declaran amantes de la libre empresa cuando en los hechos utilizan al gobierno que tienen capturado para eliminar toda empresa que pueda amenazarlos con su competencia. El problema de la sede imperial del ejecutivo mexicano es que se declara fiel seguidor de la ortodoxia de la libre concurrencia y admirador de la mano invisible del mercado cuando diario interfiere en dicho mercado distorsionando precios. El problema es que se declare árbitro imparcial cuando ya tiene ganador seleccionado. El problema es declarar que maneja una cuenta equilibrada cuando usa alquimias para descapitalizar sus empresas productivas obligándolas a contratar préstamos en el extranjero para cargar con su aparato de gobierno.
La fórmula es sencilla y quedó establecida en la constitución original: cero monopolios, desconcentración federal del poder.
“¡excelente idea!” -Exclamamos los ratones a coro. “Ahora necesitamos un voluntario para ir a colgarle el cascabel de la desmonopolización al tigre (o su cachorro)”. Silencio en la asamblea de roedores, silencio profundo en la cámara de diputados que reflexiona sobre la cantidad de calumnias certeras que puede soportar su currículo en cadena nacional.




Ciertamente que volver a la senda constitucional no parece tarea sencilla cuando entre secuestros mediáticos y amenazas implícitas de movilizar equipos de investigación para esculcar biografías complejas el camino de la inmovilidad es el mejor de todos para recibir el depósito electrónico de las magníficas dietas que reciben nuestros representantes por no representarnos. Y si la frase anterior parece compleja y se tiene que releer, simplifico leyéndole las cartas a un diputado del Bronx: “¿Y qué necesidad?”
La economía ya se contrajo. Sobran notas, incluso de Barack, advirtiéndonos de una “recuperación” distante y anémica en empleos. La imaginación keynesiana de nuestros gobernantes alucina que se puede dar una reactivación construyendo más caminos para los autos… pero, y los autos, ¿a dónde van? ¿A buscar empleo? Porque si estamos hablando de propiciar mas expediciones a centros comerciales o a tender línea para que el centro se encuentre al alcance de los suburbios, esos son caminos que no se van a recorrer.
Desmonopolizar es el reto. Es el primer paso. ¿Cuál es la fórmula? No sabemos, pero lo que sí sabemos es que los ratones no deben de sentirse tan a gusto siendo amigos de los felinos. La experiencia histórica demuestra que estas relaciones terminan mal.

Apéndice 1:


Indigo media se mete de lleno a parte del problema aquí expuesto el viernes 20 de noviembre en lo que se podría llamar su edición "revolucionaria" atendiendo a la fecha en que aparece en Internet. se puede revisar haciendo click en este vínculo.

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